Otro milagro más os querría contar
que aconteció a un monje de hábito reglar:
el demonio lo quiso duramente espantar,
mas la Madre gloriosa súposelo vedar.
Desde que entró en la orden, desde que fue novicio,
a la Gloriosa siempre gustó prestar servicio:
guardóse de locura y de hablar de fornicio,
pero hubo al final de caer de un vicio
Entróse en la bodega un día por ventura,
bebióse mucho vino sin mesura;
emborrachóse el loco, salió de su cordura,
yació hasta las vísperas sobre la tierra dura.
Bien a la hora de vísperas, el sol ya enflaquecido,
recordó malamente, caminaba aturdido,
salió para la claustra casi sin un sentido;
todos se dieron cuenta de que había bebida.
Aunque sobre sus pies no se podía tener,
iba para la iglesia, como solía hacer;
el demonio le quiso zancadilla poner
porque se lo cuidaba fácilmente vencer.
En figura de toro que anda escalentado,
cavando con los pies, ceño demudado,
con fiera cornadura, muy sañoso, airado,
parósele delante ese traidor probado.
Hacíale malos gestos esa cosa endiablada,
que le pondría los cuernos en medio la corada;
el bueno hombre tomó una mala espantada,
el buen hombre tomo una mala espantada,
mas le valió la Santa Reina coronada.
Vino Santa María con su hábito honrado,
tal, que de hombre vivo no sera apreciado;
metióseles por medio, entre él y el pecado,
y el toro tan soberbio quedó luego amansado.
Lo amenazó la dueña con la falda del manto
y esto fue para él muy pesado quebranto;
huyó y se desterró haciendo muy gran planto
y quedó el monje en paz, gracias al Padre.
Mas Luego al poco rato y a las pocas pasadas,
antes de que empezase a subir por las gradas,
lo acometió de nuevo con figuras pesadas,
a manera de can hiriendo a colmilladas.
Vino de mala guisa, los dientes regañados,
con el ceño muy turbio, los remellados,
para hacerlo pedazos, espaldas y costados:
"Mezquino -dijo él- graves son mis pecados."
Vino de mala guisa, los dientes regañados,
para hacerlo pedazos, espaldas y costados:
"Mezquino -dijo él- graves son mis pecados."
Bien se cuidaba el monje que era despedazado;
estaba en fiera cuita y andaba desmayado;
valióle la Gloriosa, ese cuerpo adonado,
y lo que hizo el toro por el can imitado.
Entrante de la iglesia, en la última grada
lo acometió de nuevo la tercera vegada
en forma de león, una bestia dudada,
que traía tal fiereza que no sería pensada.
El monje cuidó allí que era devorado,
porque en verdad veía un encuentro pesado,
y que esto le era peor que todo lo pasado,
y que esto le era peor que todo lo pasado:
dentro de su voluntad maldecía al pecado.
Decía: "¡Valma, gloriosa Madre Santa María,
valgame la tu gracia ahora en este día,
que estoy en ggran afrenta, en mayor no podria!
¡Madre, no pares mientes en la locura mía!"
Apenas pudo el monje la palabra monje la palabra cumplir
vino Santa María como solía venir,
con un palo en la mano para el León herir;
púsoseles delante y empezó a decir:
"Don alevoso falso, ya que no escarmentáis,
hoy os habré de dar lo que me demandáis:
bien lo habréis de comprar antes de que os vayáis;
a quien movisteís guerreros quiero que lo sepáis."
Empezóle dar tamañas palancadas,
no podían las menudas escusar las grandas;
padecía el león a buenas dineradas,
nunca tuvo en sus días las cuestas tan sobradas.
Decía la buena dueña: "Don falso traidor,
que siempre andas en mal y eres de mal señor,
si te vuelvo a encontrar por este derredor,
de lo que ahora tomas tomarás aún peor."
Borróso la figura, se empezó a deshacer,
nunca más se atravió al monje a escarnecer;
buen tiempo le llevó curar y reponer,
y estaba muy contento de desaparecer.
El monje que por todo esto había pasado
de la carga del vino aún no estaba aliviado,
que el vino con el miedo lo tenían tan sobado
que tornar no podía al lecho acostumbrado.
La Reína preciosa y de precioso hecho
tomólo por la mano, llevólo para el lecho,
cubriólo con su manta y con el sobrelecho,
so lá camveza púsole el cabezal derecho.
Además, cuando lo hubo sobre su lecho echado,
lo signó con su diestra, y fue bien santiguado;
dijo:"Amigo, descansa, que estás muy fatigado;
con un poco que duermas quedarás descansado.
Pero esto te mando, de firme te lo digo,
mañana a la mañana ve a Fulano, mi amigo;
confiésate con él y estarás bien conmigo,
porque es muy buen hombre, y darte buen castigo.
Quiere seguir mi vía, salvar algún cuitado,
poque esa es mi delicia, mi oficio acosumbrado;
quédate tu bendito y a que Dios encomendadado
pero no se te olvide lo que yo te he mandado."
Díjole el hombre bueno: "Dueña, a fe que debéis,
que tan grandes mercedes en mí cumplido habéis,
quiero saber quien sois, o que nombre tenéis,
porque yo gano en ello, y vos nada perdéis."
Dijo la buena dueña: "Sé tu bien sabedor:
yo soy la que parí al vero Salvador
que por salvar al mundo sufrió muerte y dolor,
,al que hacen los ángeles servicio y honor."
Díjole el hombre bueno: "Esto es de creer:
de Ti podría, Señora, esta cosa nacer.
Dejáte, Señora, por mi los pies tañer,
que nunca en este mundo veré tan gran placer."
Contendía el buen hombre, queríase levantar
por hincarse de hinojos y por sus pies besar;
mas la Virgo gloriosa no lo quiso esperar,
quitárselo de ojos, tuvo el gran pesar.
Por donde iba Ella él no lo podía ver,
mas veía grandes lumbres en redor de Ella arder;
por nada la podía de sus ojos toller,
y era bien que así fuese, pues le hizo gran placer.
La mañana siguiente, venida la luz clara,
busco al hombre bueno que Ella le mandara:
hizo su confesión con humildosa cara,
y no le celó un punto de cuanto le pasara.
El maestro a este monje, hecha la confesión
dióle consejo bueno y dióle absolución;
puso Santa María en él tal bendición
que valió más, por él, esa congregación.
Si antes era bueno, desde allí fue mejor;
a la Santa Reina, Madre del Criador,
amóla siempre mucho, hizole siempre honor;
fue feliz aquél que Ella acogió en su amor.
Al otro hombre bueno no lo sabría nombrar,
al que Santa María lo mando maestrar;
amor cogió tan firme de tanto la amar
que dejaría por Ella su cabeza cortar.
Todas las otras gentes, legos y coronados,
clérigos y canónigos y los escapulados,
fueron de la Gloriosa todos enamorados,
que sabe socorrer tan bien a los cuitados.
Todos la bendecían y todos la alababan,
las manos y los ojos a Ella los alzaban,
referían sus hechas y sus laudes cantaban,
los días y las noches en eso los pasaban.
Amigos y señores, muévanos esta cosa,
amemos y alabemos todos a la Gloriosa;
nunca echaremos mano en cosa tan preciosa
que tan bien nos socorra en hora peligrosa.
Si la servimos bien, todo cuanto pidamos
lo ganaremos todo, bien seguros seamos:
aquí lo entenderemos, bien antes que muramos,
que lo que allí metiéramos harto bien lo empleamos.
Ella nos de su gracia, nos dé su bendición,
nos guarde de pecado y de tribulación,
de nuestras liviandades gánenos remisión,
que no vayan las almas nuestras en perdición.