En una Villa buena, la que llaman
Pavía,
ciudad de gran riqueza que yace en
Lombardía,
un convento muy bueno adentro de ella
había,
lleno de bueno hombres, muy santa
compañia.
El monasterio había sido alzado en
honor
del que salvó al mundo, Señor San
Salvado;
había por ventura dentro de él un
prior
que no quería vivir sinón a su lugar.
Tenía el hombre bueno la lengua muy
errada,
decía mucho horrura por la regla
vedada;
no llevaba una vida demasiado ordenada,
pero decía mucha horrura por la regla
vedada;
no llevaba una vida demasiada ordenada,
pero decía sus horas de manera
templada.
Tenía una costumbre que la fue de
provecho:
decía todas sus horas como monje
derecho,
a las de la Gloriosa estaba siempre
erecho,
y el demonio tenía por ello gran
despecho.
Pero aunque semejaba en otras cosas
boto
y, como lo dijimos, era muy boquirroto,
en amar a la Virgen era siempre devoto
y decía su oficia su corde toto
Vino, cuando Dios quiso, este prior a
finar,
y cayó en un exilio en áspero lugar.
Ningún hombre os podría el lacerio
contar
que el prior llevaba allí, ni podría
pensar.
Había un sacristán dentro de esa
abadía
que guardaba las cosas de la
sacristanía:
Huberto se llamaba, cuerda era, y sin
folía;
el convento por él no menos, más
valia.
Antes de los maitines, y muy madrugada,
se alzó este moje para rezar su
matinado,
tañer a los maitines, despertar la
mesnada,
aderezar las lámparas, alumbrar la
posada.
El prior de la casa, más arriba
mentado,
se había cumplido un año desde que
había finado,
pero su pleito fue al renovado
como lo estaba el día en que fue
soterrado.
El monje de la casa, el sacristán era,
antes que le tocase tañer la monedera
alimpiaba las láparas por tener más
lumbrera,
cuando se espantó mucho por extraña
manera.
Oyó una voz de hombre, muy flaquilla y
cansada;
decía: “Fray Huberto” no solo una
vegada.
Reconocióla Huberto, y no dudó ya
nada
que la voz del prior era; tomó gran
espantada.
Salióse de la iglesia, fuése a la
enfermería;
no llevaba de miedo la vountad vacia:
no iría tan aprisa yendo de remería;
don Bildur lo llevaba ¡ por la cabeza
mia!
Estando de tal guisa fuera de su
sentido
oyó: “ Huberto, Huberto, ¿Por qué
no has respondido?
Cata no tengas miedo, que el color has
respondido
trata de resopnderme, pregunta lo que
pido.”
Entonces dijo Huberto: “prior, a fe
que debéis,
quiero que cómo estáis al punto me
contéis,
porque sepa el cabildo de qué manera
os veis,
cuál estado esperáis y qué estado
tenéis.”
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