BERTROL

martes, 17 de diciembre de 2013

Capítulo Doceavo. El prior y el sacristán

En una Villa buena, la que llaman Pavía,
ciudad de gran riqueza que yace en Lombardía,
un convento muy bueno adentro de ella había,
lleno de bueno hombres, muy santa compañia.

El monasterio había sido alzado en honor
del que salvó al mundo, Señor San Salvado;
había por ventura dentro de él un prior
que no quería vivir sinón a su lugar.

Tenía el hombre bueno la lengua muy errada,
decía mucho horrura por la regla vedada;
no llevaba una vida demasiado ordenada,
pero decía mucha horrura por la regla vedada;
no llevaba una vida demasiada ordenada,
pero decía sus horas de manera templada.

Tenía una costumbre que la fue de provecho:
decía todas sus horas como monje derecho,
a las de la Gloriosa estaba siempre erecho,
y el demonio tenía por ello gran despecho.

Pero aunque semejaba en otras cosas boto
y, como lo dijimos, era muy boquirroto,
en amar a la Virgen era siempre devoto
y decía su oficia su corde toto

Vino, cuando Dios quiso, este prior a finar,
y cayó en un exilio en áspero lugar.
Ningún hombre os podría el lacerio contar
que el prior llevaba allí, ni podría pensar.

Había un sacristán dentro de esa abadía
que guardaba las cosas de la sacristanía:
Huberto se llamaba, cuerda era, y sin folía;
el convento por él no menos, más valia.

Antes de los maitines, y muy madrugada,
se alzó este moje para rezar su matinado,
tañer a los maitines, despertar la mesnada,
aderezar las lámparas, alumbrar la posada.

El prior de la casa, más arriba mentado,
se había cumplido un año desde que había finado,
pero su pleito fue al renovado
como lo estaba el día en que fue soterrado.
El monje de la casa, el sacristán era,
antes que le tocase tañer la monedera
alimpiaba las láparas por tener más lumbrera,
cuando se espantó mucho por extraña manera.

Oyó una voz de hombre, muy flaquilla y cansada;
decía: “Fray Huberto” no solo una vegada.
Reconocióla Huberto, y no dudó ya nada
que la voz del prior era; tomó gran espantada.

Salióse de la iglesia, fuése a la enfermería;
no llevaba de miedo la vountad vacia:
no iría tan aprisa yendo de remería;
don Bildur lo llevaba ¡ por la cabeza mia!

Estando de tal guisa fuera de su sentido
oyó: “ Huberto, Huberto, ¿Por qué no has respondido?
Cata no tengas miedo, que el color has respondido
trata de resopnderme, pregunta lo que pido.”

Entonces dijo Huberto: “prior, a fe que debéis,
quiero que cómo estáis al punto me contéis,
porque sepa el cabildo de qué manera os veis,

cuál estado esperáis y qué estado tenéis.”  

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