BERTROL

miércoles, 23 de enero de 2013

La vocación de ser persona. Xosé Manuel Domínguez

Con tal de que un monje budista proponga a los moradores de un monasterio un debate sobre cualquier aspecto del budismo y lo gane, tiene derecho a quedarse en un monasterio budista zen. Si por el contrario, sale derrotado, deberá marcharse.

Dos hermanos, ambos monjes, vivían solo en un monasterio al norte de Japón. El hermano mayor era muy docto, mientras  que el pequeño, al que le faltaba un ojo, no lo era.

Un joven monje y el recien llegado se dirigieron al oratorio y tomaron asiento. Poco después, el forastero llegaba corriendo hasta el lugar donde se encontraba el hermano mayor. "Puedes sentirte satisfecho", le dijo. "Tu joven hermano es un eminente budista. Me ha derrotado". "Cuentame cómo se desarrolló el diálogo", le rogó el hermano mayor.

"Al sentarnos", explico el viajero, "yo levanté el dedo, representando al Buda, el iluminado´. Él replicó levantando los dos dedos, dando a entender que una cosa era el Buda y otra sus enseñanzas y sus seguidores, llevando una vida armoniosa. Pero él lanzó entonces un puño a la cara, indicandome que los tres elementos actúan juntos y así hay que comprenderlos. Fue así como me ganó y, por lo tanto, yo no tengo derecho a quedarme". Dicho esto, salió del monasterio y reemprendió su camino.

"¿Dónde se ha metido ese tipo?", preguntó el hermano menor, que salía del monasterio.

"Tengo entendido que ganaste el debate", le dijo el hermano mayor.

"No gané nada. Vengo a darle una paliza a ese monje".

"Cuéntame cómo fue la discución", le inquirió el hermano mayor.

"¡El tema!... Pues bien: nada más sentarnos, ese tipo levantó un dedo, insultándome al insinuar que sólo tengo un ojo. No obstante, puesto que se trataba de un forastero, pensé que era mi obligación portarme cortésmente, así que le mostré dos dedos, felicitándolo por su buena suerte que le había permitido conservar ambos ojos. Pero entonces, el muy miserable alzó impunemente tres dedos, sugiriendo que entre él y yo no sumábamos más que tres ojos. Esto me sacó de mis casillas, y empecé a darle puñetazos, aunque él logró escapar, y eso fue todo".

No escuchamos la realidad porque solemos estar embotados con lo que pensamos de la realidad y, otras veces, porque lo que sentimos no  nos deja abrirnos a lo que las cosas son. En todo caso, afectividad e intelección son, en realidad, inseparables.

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