BERTROL

miércoles, 9 de enero de 2013

Milagros de N. Sra. Capítulo 2 "El Sacristan Impúdico"

Amigos, si quisierais otro poco esperar,
aún otro milagro os querría contar
que por Santa María se dignó Dios mostrar,
de cuya leche quiso con su boca mamar.

Un monje muy devoto en un convento había
- el lugar no lo leo, decir no lo sabría -,
Quería de corazón bien a Santa María,
cada día a su imagen su reverencia hacía.

Cada día a su imagen su reverencía hacía
hincábase de hinojos, decía " Ave María ".
El abad de la casa dióle sacristanaía:
por libre de locura, por cuerdo lo tenía.

El enemigo malo de Beelzebub vicario,
que siempre ha sido y es de los buenos contrario,
tanto pudo bullir el sutil adeversario
que al monje corrompió y lo hizo fornicario.

Tomó costumbre mala el loco pecador:
de noche, cuando estaba acostado el prior,
salía por la iglesia fuera del dormitorio
para correr el torpe a su mala labor.

Y tanto a la salida como luego a la entrada
delante del altar caía su pasada;
la reverencia y "Ave" que tenía acostumbrada
no se las olvidaba en ninguna vegada.

Cerca del monasterio un río bueno corría;
el monje pecador que pasarlo tenía,
cuando de cometer su locura volvía
cayó en él y se ahogó fuera de la freiría.

Cuando vino la hora de maitines tocar
no había sacristan que pudiese sonar;
levantáronse todos, dejaron su lugar
y fueron a la iglesia al monje a despertar.

Abrieron la iglesia como mejor supieron,
el clavero buscaron y hallar no lo pudieron.
Por arriba y abajo todos tanto anduvieron
que donde estaba ahogado por fin lo descubrieron.

Qué podía ser eso no lo podían pensar,
si murió o lo mataron no lo sabían juzgar;
era grande la basca y mayor el pesar,
porque perdía su precio por eso este lugar.

Mientras yacía perdido el cuerpo por el río,
digamos de su alma y su pleito sombrío:
porque vino por ella de diablor gran gentío
para llevarla al bárbaro, de deleites vacio.

Mientras los diablos iban con ella peloteando
los ángeles la vieron, por ella iban bajando;
los diablos los tuvieron gran tiempo querellando
que esa alma era suya, que la fueron dejando.

No tuvieron los ángeles derecho a disputarla,
porque tuvo mal fin, y debieron dejarla.
No pudieron sacarles por valor de una agalla
y hubieron de partirse tristes de la batalla.

Acudió la Gloriosa Reína general,
porque los diablos sólo se acordaban del mal;
mandóles atender, no osaron hacer ál,
y movióles querella muy firme y muy cabal.

Propuso la Gloriosa palabra colorada:
"Contra esta alma, locos - dijo - no teneís nada.
Mientras vivió en su cuerpo me estuvo encomendada;
sufriría ahora daño por ir desamparada."

Por la parte contraria le respondió el vocero,
un diablo sabedor, sutil y muy puntero:
"Madre eres del Hijo alcalde derechero,
no le gusta la fuerza ni es de ella placentero.

Escrito está que el hombre, allí donde es hallado,
sea en bien, o sea en mal, es por ello juzgado;
y si un decreo tal por ti fuera falseado
el Evangelio todo quedará descuajado."

"Hablas - dijo la Virgen - como una cosa necia.
No me ofendo, porque eres una cativa bestia.
Cuando salió de casa, de mí tomó licencia:
de su pecado, yo le daré penitencia.

Yo no he de rebajarme hasta haceros violencia,
mas apelo ante Cristo ante su propia audiencia,
ante Él que es poderoso y lleno de sapiensia:
yo de Su boca quiero oir esta sentencia."

El señor de los Cielos, alcalde sabedor,
decidió la contienda: nunca visteis mejor.
Mandó tornal el alma a su cuerpo el señor,
luego cual mereciese recibiría el honor.

El convento quedaba triste y desconsolado
por este mal ejemplo que les había llegado
cuando resucitó el cuerpo ya pasado;
espantáronse todos de verlo en buen estado.

Hablóles el buen hombre, díjoles: "Compañeros,
muerto fui y estoy vivo, podéis estar certeros.
¡Gracias a la Gloriosa que salva a sus obreros,
que me libró de manos de los malos guerreros!"

Contóles por su lenguia toda la letanía,
que decían los diablos, y que Santa María,
como los libró ella de su soberanía;
si no fuese por ella, estaba en negro día.

Rindieron a Dios gracias de toda voluntad,
y a la santa Reina y Madre de piedad,
que hizo tal milagro por su benignidad,
por quien está más firme toda la cristiandad.

Confesóse el monje e hizo penitencia,
mejoróse de toda su mala continencia,
sirvió a la Gloriosa mientras tuvo potencia,
finó cuando Dios quiso sin variar su creencia...
Reqüiescat in pace cum divina dementia.

Muchos milagros tales, y muchos más granados
hizo Santa María sobre sus aclamados:
no serían los milésimos por mil hombres contados,
mas de los que supiéramos quedaréis bien pagados.

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